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Exposixión, El Espejo de las Causas del Todo

El Espejo de las Causas del Todo o lo Vibrante Invisible  de Ivonne Kennedy

Los símbolos que el espectador observa en este espejo causal son el reflejo de la imaginación creadora en busca de otra manera de comprender la realidad. 

Hay en ellos la indagación consciente de una artista que, en contacto con su material pictórico, ha entrado en un proceso de meditación contemplativa donde su quehacer se espiritualiza. Nos hallamos entonces frente a la manifestación de la razón poética de la que hablaba María Zambrano, gracias a la cual el pensamiento intuitivo ofrece, a través de la obra de arte ––libre de ataduras metódicas––, respuestas a las preguntas sobre el misterio del ser formuladas dentro de la filosofía, pero sólo contestadas por la poesía.

El símbolo, en tanto estructura que establece la comunicación visual de algo, si bien mantiene una relación análoga con lo simbolizado, es sobre todo una vivencia profunda y un medio de conocimiento, concluyó en sus investigaciones el escritor Juan Eduardo Cirlot. Así sus aspectos objetivo y subjetivo se complementan y, en la medida que este último elemento crece en el trabajo del creador, la carga metafórica del símbolo se intensifica.

Al recorrer los lienzos de Ivonne Kennedy entramos a un territorio simbólico en el que tal hechizo ocurre a partir de la mirada interior, desde la cual cada acontecer es nuevo a pesar de ser reconocible. De esta manera en los círculos que emergen sobrios y con elegancia de sus pigmentos, unas veces como emblemas envolventes de un macrocosmos particular, otras como planetas en órbita, percibimos que la artista, más allá de la armonía espontánea de las formas, ha decidido plasmar el sentido inverso de las cosas que la ponen en contacto con la realidad buscada: lo vibrante invisible.

Para lograrlo ha partido de un acervo de imágenes cuya condición es híbrida: de un lado, estas provienen del aprendizaje y la asimilación alcanzadas por Kennedy tras su inmersión en la sabiduría esotérica del I –Ching, la alquimia y el significado de figuras antiguas y fascinantes como los cuadrados mágicos matemáticos o los pentagramas medievales; del otro, surgen de lo que Jung llamó imaginación activa, pues aceptan la apertura del símbolo y aventuran su reinterpretación.

De ahí la transmutación operada en las obras de la pintora cuando la redundancia y el equilibrio existentes en las geometrías de la naturaleza se unen a los trazos de su cosmogonía personal.

En ellas aparecen ––reformulados por el óleo, el oro maleable, la materia sutil bajo el color–– las líneas del hexagrama de lo creativo, los patrones simétricos de la flor de la vida, los perfiles de los mandalas orientales, dotados de la fuerza de un movimiento atemporal que la artista va descubriendo al reinventar con maestría el mito que la une al universo.

Araceli Mancilla Zayas

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